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domingo, diciembre 26, 2004

(17) La vuelta a casa

Novena parte


-Quiero volver a casa, no tiene sentido seguir aquí.-Me dijo cuando llegamos al punto de partida de nuestro paseo por el hospital, lo expresó con firmeza, sin dudas, seguro de sí mismo, no hice preguntas, su decisión me había tomado por sorpresa.
-Me alegro Tuky.-Me escuché decir. ¿Cuándo te parece?
-Ahora.
Camino a casa charlamos de cosas triviales, como si no hubiera existido el episodio que marcó su vida en el baño del aeropuerto de Ezeiza. El reencuentro con Diana y los chicos fue emotivo, parecía que su existencia empezaba a rodar nuevamente por los carriles de la normalidad. Días después de su reinserción en el hogar, tomábamos un gancia bajo el árbol de aguacate. Me miraba inquisitivamente mientras masticaba e intentaba engullir el queso con salamín, me estaba midiendo, quería decirme algo y no sabía como encarar el tema, lo supuse instintivamente, luego lo confirmé. Finalmente le dio un buen trago al vermut para bajar el bocado. La comida, que descendía a marcha forzada por el pequeño orificio le hinchó el cuello y congestionó la cara. Me señaló con el dedo índice para ganar tiempo, mientras se reponía de la brusca ingesta.
-Creo que puedo llegar a ser feliz con la viuda.-Dijo, y tosió. Miré sin disimulo la botella casi vacía.-Parece increíble, pero soy de un mundo paralelo a este, Arnold. Deben ser dos planetas gemelos, aunque simétricos. ¿Te acordás que lo vi fugazmente en el otro extremo del baño?-Enarqué las cejas, no recordaba de quién hablaba.-El tipo.-Dijo dando por sentado a quién se refería.-El tipo estaba frente al urinario, después que sentí el chucho de frío, mientras orinaba, fue cuando lo vi, curiosamente, yo estaba de espaldas al mingitorio, en un primer momento no reparé en el detalle, mejor dicho, había olvidado el momento en que giré. El tiempo que pasé en el hospital sirvió para ejercitar mi memoria, ahora lo veo más claro, nunca me di vuelta, el mundo había girado, el universo tuyo, o el mío, son como espejos entre sí, por eso cuado se realizó la transferencia, vaya a uno saber por que accidente de la naturaleza, el verdadero esposo de tu prima miraba en dirección contraria a la mía. Yo, sin saberlo, acababa de franquear las barreras del espaciotiempo pulsantes, me convertí sin quererlo en un pasajero que atravesó un paso, una rotura del espaciotiempo pulsante, un náufrago en el océano del tiempo. Por una extraña coincidencia, el accidente cósmico me salvó de dos desastres aéreos, el de tu mundo, y el mío.-Se tomó un descanso para zamparse alguna que otra papa frita, maní salado, pan y salamín. Por ese entonces, ya no me parecían desatinados sus dichos, tendría que ayudar a reconstruir los recuerdos de mi amigo para descifrar el misterio de su extraordinaria historia.
Cuando comencé a hablar, se estaba bajando medio vaso de gancia con soda.
-No me queda claro el tema del avión, ¿Cómo perdiste el vuelo? Si mal no recuerdo, me habías dicho que no tardaste tanto en el baño.
-Tampoco yo lo sé, y mirá que le habré dado vueltas al asunto. Es probable que tengamos un desplazamiento temporal entre nuestros mundos, aunque no alcanzo a comprender como funciona.-
Me di cuenta que me había tirado a la pileta para nadar al lado de mi amigo, en sentido figurado, claro. Muchas de las increíbles historias que contaba Tuky, solo eran explicables desde el punto de vista de los universos pulsantes. Si había, aunque fuera una probabilidad en mil de que los dichos de Ernesto fueran reales, me hallaba ante un acontecimiento único en la historia de la humanidad. Y si no intentaba investigar los hechos me sentiría como un estúpido, necio, y fracasado periodista, amén de cobarde amigo. No lo pienses más “Arnold” me dije, la historia tiene un tufillo de verdad que muerde y atrapa. Si es cierto que el viejo y querido Tuky se mató en el accidente de aviación, por lo menos tengo el consuelo de tener a este que es su réplica.¿Me estaré volviendo tonto? No, confirmo mi anterior dicho, confío ciegamente en Tuky, es mi amigo, sea de aquí o de allá.








viernes, diciembre 24, 2004

Feliz Navidad

miércoles, diciembre 22, 2004

(16) La desaparición

Octava parte

A las tres en punto del día siguiente esperaba ansioso a Tuky bajo el árbol de la cita anterior. La mecedora no estaba. Llegó diez minutos después, cuando los peores presentimientos se apoderaban de mí. Se lo veía saludable, bien rasurado, ropa sport prolijamente planchada, hasta parecía esbozar una sonrisa.
-Hola Arnold, ¿todo bien?-Me dio un beso.
-Se te ve estupendo, Ernesto…
-Hace tiempo que no me decías Ernesto.
-Quería ver si estabas atento.-Le dije sonriendo.
-Caminemos un poco.-Sin esperar respuesta inició la marcha. Me apresuré a seguir sus zancos largos, me puse a su altura. Me miró de soslayo.
-Creo que empiezo a aceptar la situación. No me queda más remedio.
-¿Te parece que paremos para prender el grabador?
-Hoy no, tratá de acordarte lo esencial, de paso pongo un poco de orden en mi memoria, en otra ocasión te lo repito para que grabes.
El sendero nos alejaba de los edificios principales, una pronunciada cuesta nos situó en la cima de una loma que dejaba ver el panorama de la institución. Nos detuvimos allí. Estábamos solos. Allá abajo, internos y enfermeros dibujaban intermitentes sus figuras multicolores, salpicando de vida los caminitos, bancos, y arboledas de las dos o tres hectáreas del hospital. Desde allí solo veía gente, sin distinguir su condición mental, gente como la que se ve en cualquier lugar, solo almas que deambulaban por el espiral de sus destinos. La imagen bucólica que se armó en mi interior, por un momento distrajo mi atención.
-Creo que me salvé de milagro, el otro, el otro se mató en el accidente.
-A ver, no te entiendo bien, ¿Quién es el otro?
-Como te decía, cuando sentí el escalofrío en el baño de Ezeiza, mientras orinaba, me pareció verme a mi mismo haciendo pis en el otro extremo de los urinarios. En un principio me shockeó un poco, pero al rato ya no le daba importancia al asunto, sería alguien muy parecido a mí, a esa distancia, sin una excelente iluminación, y con el terror que sentía por mi inminente vuelo, pensé que no era raro imaginar algo truculento de una figura que apenas vi.
Yo sabía que Diana y los chicos no estaban en casa, desde el taxi estuve tentado de llamarla al celular, no tenía sentido, estarían en el último tramo de la función donde Juanita hacía de cenicienta. Dormiría un poco para terminar de relajarme, más tarde la llamaría a la casa de sus padres. Ya cuando llegábamos a la quinta sentí que algo no andaba bien, no sabía que era, pero lo percibía, una sensación extraña se apoderó de mi, mi mente se puso en estado de alerta, -Calma Tuky, -me dije- todavía te dura el julepe.-algo no encajaba en lo que veía y sentía. Para colmo no podía abrir el portón de acceso a la propiedad. La llave había girado con facilidad, empujé la pesada hoja y no se movió un ápice, maldiciendo y sudoroso, dejé de hacer fuerza, giré buscando con la mirada algún vecino que me socorriera, la calle de cuadras interminables estaba desierta, no era para menos, hacía un calor infernal. Algo me tocó la espalda, el portón me empujaba suavemente hacia fuera, me rasqué la cabeza, no iba a discutir con un pedazo de madera, la puerta debía abrir para adentro, como siempre. Aunque cuando lo instalamos casi gana la teoría de Diana que debía abrir para afuera por no se que asunto de espacio interior.
Puse mi mente en blanco y entré sin prestar mayor atención a lo que me rodeaba, en la cocina me serví una gaseosa, en el living tiré mis ropas y fui derecho a la hamaca. Por fin en mi casita, que siesta me esperaba.
Seguidamente Tuky mencionó un sin fin de detalles que no vale la pena contar al pie de la letra, todos referentes objetos o situaciones que no encajaban en su supuesta vida anterior.
Cuando entré al living de su casa, acompañando a mi amigo, fue tal la algarabía de Diana, Claudia y los chicos, que seguramente hizo olvidar a Tuky su extraño presentimiento. Más tarde, después de la cena, mientras los chicos miraban televisión, le contamos lo del accidente, intentamos mostrarle los hechos desde un punto de vista positivo, que había salvado milagrosamente su vida. No fuimos eficaces en la tarea, Tuky, sentado muy tieso en el sofá, se quedó mudo y con la vista extraviada, Diana lloraba de alegría acurrucada entre sus brazos.
Al día siguiente lo vi bastante repuesto, parecía que el tiempo se encargaría de borrar el mal momento, por la tarde me ausenté de casa por tareas inherentes a mi profesión. A los pocos días, cuando regresé, Tuky había desaparecido de su casa.
-Creo que tiene amnesia parcial.-Me dijo Diana.-Le quise llevar a un médico, pero no quiso. Estaba raro, me miraba como si nunca me hubiera visto, el accidente le dejó mal trecho, pobre, ¿Dónde se habrá metido?
Tuky empezó a sospechar seriamente que no se encontraba en su mundo original cuando Diana quiso festejar el reencuentro, los niños dormían, y Tuky parecía más tranquilo. El short, la remera, el corpiño, y la bombacha desaparecieron de su cuerpo en un santiamén, mi amigo reaccionó bien, le pareció que volvía a la normalidad, sentía que la amaba, seguramente el pequeño trauma que padecía sería pasajero. Sus besos y caricias lo transportaban a un mundo mejor, extirpando de sí el estado de vigilia que lo tenía a mal traer. Acarició con dulzura cada centímetro de su piel, su mano bajaba por la pendiente de sus pechos, para trepar la loma de la tersa panza que la llevaría al valle de sus sueños.
-La cicatriz, ¿Dónde está la cicatriz de la cesárea?-Dijo sin poder contenerse, destruyendo involuntariamente la magia de la noche.
Como decía, Tuky empezó a sospechar seriamente que no se encontraba en su mundo original cuando Diana quiso festejar el reencuentro, y se convenció de ello cuando por la mañana, bien temprano, recibió el diario de manos de don Venancio, el viejo tenía el brazo derecho enyesado.
-Que hacés nene.-Le dijo sonriendo.-La saqué barata.-Continuó señalando el yeso.
A Tuky se le dibujó una mueca en la boca, que tal vez quiso representar una sonrisa, tomó el diario y se metió para adentro.
Don Venancio había fallecido una semana atrás, en un accidente.

sábado, diciembre 18, 2004

(15) El reencuentro

Séptima parte

A los dos o tres días de su vuelta al mundo de los vivos, Ernesto Bebilacua desapareció del mapa. Se hizo humo. Sentado en la perezosa, remera verde, bermudas al tono, hojotas, entre el laberinto de árboles, de mañana tempranito, con el diario en las manos, después del desayuno, fue la última imagen que dejó a los ojos de Diana.
Policía, morgue, amigos, todos los recursos que empleamos fueron insuficientes para su localización. Casi dos semanas después nos avisaron que alguien de su sus características estaba internado en el hospital neurosiquiátrico.
Lo habían encontrado loco de atar, gritando incoherencias por la calle corrientes, un sábado por la noche. Cuando fuimos a verlo estaba sedado y con la mirada perdida en el horizonte. Casi no hablaba, solo monosílabos, lo quisimos llevar a casa y se negó rotundamente, el doctor Báez dijo que era lo mejor para él. Diana quiso montar guardia en el hospital, pero no se lo permitieron, nos quedó el consuelo de las visitas diarias. Por esos días las chicas y yo nos quedábamos en casa de Diana hasta bien tarde analizando los últimos pasos de mi amigo, tratando de descifrar el por qué de su imprevista paranoia.
La conclusión a la que habíamos arribado en un principio fue la más sensata, la que refrendaban los médicos, la que caía de maduro. Se había salvado de milagro del accidente que sufriera el avión en el que debía viajar. El destino, azar, o como se quiera clasificar el caso, hizo que perdiera el vuelo que lo llevaría a la muerte. Kuky no había resistido anímicamente, las consecuencias estaban a la vista, caso cerrado.
Para mí el asunto no resultaba ser tan simple, yo conocía bien a Ernesto, no digo que Diana lo conociera menos, aunque creo sinceramente que una persona no tiene el mismo significado para diferentes observadores, y el punto de vista femenino no es igual al masculino, no creo sea pertinente entrar en detalles, solo agrego que, los infinitos momentos de charlas, silencios, y boludeos que compartimos Diana y yo con Kuky, cada uno por su lado, y en su momento, seguramente no fueron, ni serán semejantes. Como decía, había algo más profundo de lo que dejaba ver el comportamiento de Kuky, cada segundo que pasaba analizando el problema, me inducía a pensar que el tema del avión accidentado no era la única causa de la locura temporal de mi amigo. Lo que pude recopilar de la historia me indicaba que aguzara la vista, el oído, y el entendimiento, que no me tapara la maleza, que prestara atención a los detalles ocultos en ella.
¿Por qué Ernesto me preguntó por el duraznero que cortamos el invierno anterior?
Pasado el primer susto de verlo vivito y coleando, le dije algunas incoherencias que no recuerdo con precisión, él tal vez no lo notó.
-Tuky, ¿sos vos, que hacés acá?
-Perdí el avión.
Eso lo explicaba todo, los detalles los fue desgranando mientras caminábamos hacia la casa, fue cuando me dijo lo del duraznero, con la emoción de saberlo vivo no le di importancia al comentario. Le dije:
-Esperame acá, vamos a darles una sorpresa a las chicas. Asintió, yo corrí desesperado a preparar el ambiente, hablé con torpeza, y al mismo tiempo traté de calmar la ansiedad de las mujeres. Debíamos ser cuidadosos respecto del accidente, habría que buscar la manera correcta de decírselo, ¿había alguna? Me temo que no.

jueves, diciembre 16, 2004

(14) Resurrección

Sexta parte

Fuimos a buscarla a casa de tío Chochí, donde había ido con Tony y Tamy a pasar unos días aprovechando la ausencia de Tuky. La idea era que los niños tomaran contacto con la ciudad, saliendo un poco de ese ambiente pueblerino donde transcurrían plácidamente sus vidas, de paso Diana husmearía en las librerías de santa fe buscando alguna buena novela de oferta, y se pondría al día mirando vidrieras,
Por el camino me fui enterando de los por menores del accidente, la radio decía que no había sobrevivientes, -Parece que se estrelló contra un pequeño cerro-, fue lo último que escuché. La vuelta se hizo interminable, Diana lloraba a moco tendido, Claudia la consolaba como podía, con lágrimas en los ojos, yo intentaba conducir con serenidad, los niños eran aún muy pequeños para darse cuenta del drama que se vivía dentro del vehículo. Mucho tiempo después entrábamos a la casa vacía, nadie nos esperaba. El reloj de la cocina marcaba las cinco de la tarde. Claudia preparó café, Diana trajinaba de la cocina al living, y viceversa, intentando acomodar mecánicamente cuanto objeto se le pusiera por delante. Le alcancé un jarro lleno de café cuando levantaba unas ropas del sofá, tomó un sorbo y me devolvió la taza, abrazó el saco beige de verano que tenía en las manos, las piernas del pantalón asomaban por debajo de sus brazos, las lágrimas rodaban silenciosas, me alejé con discreción, miré de soslayo antes de abrir la puerta que me llevaría al jardín, los estados de ánimo deben ser potentes motores de lo que uno cree ver, el otrora luminoso, acogedor living de la casa de mi amigo, no era más que una ominosa estancia de luces espectrales rodeando a la frágil y desamparada silueta de mi prima.
Caminé sin rumbo, crucé el pasadizo de ligustrina, los dos gigantes estaban allí, donde están ahora, con su hamaca colgando de sus fuertes brazos, como ahora, se mecía sin prisa, uno de los de ellos, o los míos estarían cobijados en sus entrañas.
Estaba cansado y triste, no soportaba el peso de los acontecimientos. La luz amortiguada por la maraña de hojas no dejaba ver con precisión al bulto que disfrutaba del vaivén.
Me acerqué.
-Hola Arnold, parece que me quedé dormido.
El corazón se me paralizó. No estoy seguro si intenté hablar o no.
-¿Que te pasa Arnold? Soy yo, no te asustes- Tuky se incorporó tratando de bajar de la hamaca. Como decía, la luz no era buena, pero había suficiente como para reconocer a mi amigo. Escuché una vocecilla garabateada con miedo que decía:
-Tuky…-Seguí escuchando el eco de mi voz que martillaba mi cabeza.-Tuky…Tuky…Tuky.

martes, diciembre 14, 2004

(13) El accidente

Quinta parte
Aquella tardecita, cuando volvía a casa, decidí escuchar música mientras viajaba.
Empecé a tararear junto con Franky,“Extraños en la noche”. La autopista estaba despejada, el aire acondicionado comenzaba a hacer efecto en mi cuerpo y ánimo.
En cuarenta minutos seguramente estaría besando a los chicos y a Claudia, luego, algo fresco, una ducha, algo fresco, la hamaca paraguaya tendida entre los dos eucaliptos, y a pensar.
-Strangers in the night, ta, ta, ta, Strangers in the night…todavía faltan cuarenta kilómetros, no pasa más el tiempo.-
No quería pensar en Tuky, no quería distraerme, trataba por todos los medios de poner mi mente en blanco mientras viajaba, ya tendría tiempo de pensar en lo dicho por mi amigo en la intimidad de mi hogar. Lo que tenía que analizar era muy complejo como para que lo hiciera viajando a ciento veinte kilómetros por hora. Puse a Lerner, tarareé un poco, Ray Charles, solo escuché. No me lo podía sacar de la cabeza, Tuky estaba allí, su rostro demacrado, sus ojos claros clavados en mí, como pidiendo ayuda. Si quería ayudarlo debía llegar sano a casa. Intenté de todo, por ejemplo, traté de fantasear la noche de placer que tendríamos con Claudia, pero no, el flaco seguía ahí, metido en mí, aferrado como una garrapata que no podía arrancar.
No alcanzaba a entender por que se le había metido en la cabeza que el no era el, ni yo, yo.
A mi juicio no estaba loco, sí, alterado. Los médicos del hospital pensaban que el shock fue consecuencia del accidente aéreo. En parte era comprensible, pero no creo que ese hecho, por más dramático que fuera haga pensar a una persona, que se encuentra en un mundo diferente al suyo. El caso de mi amigo no era tan simple como lo catalogaban los facultativos del hospital. Claro que el tratamiento no le vendría mal, después de la tremenda crisis sufrida.
Diana estaría ansiosa por tener noticias nuevas de su marido, a mi pedido se había quedado en su casa, acompañada de Claudia, los chicos y la tía Raquel, su mamá.
-Así es mejor- Le dije.-Quizá si estoy a solas con él pueda poner en limpio parte de esta historia, tal vez si encaro la visita como una entrevista periodística pueda sacarlo de su ostracismo.-Concluí sin convicción. Sin embargo, luego de la visita de esta tarde, tengo la impresión que dimos un paso importante en el esclarecimiento de los hechos, que creo, en un futuro influirá en su recuperación.
Desde el fondo de mi conciencia treparon los compases finales de “Historia sin final”
-Nada cambiará, vivimos una historia sin final, el mismo sentimiento, juntos para siempre, soñando un nuevo mundo, etc.
Cinco kilómetros para la bajada que me lleva a casa, un poco más y me paso. No hay caso, tendré que convivir con Tuky por algún tiempo, tal vez sea mejor así.
Puse a Elvis para recorrer los mil quinientos metros finales del arbolado camino vecinal que me depositaría en mi dulce hogar. “Perro feroz”, vamos Elvis todavía.
Empezaba a oscurecer, una suave fresca brisa bañaba mi piel desnuda, la hamaca se mecía sin prisa, el cielo azul se filtraba por la maraña de hojas de los gigantes de frutos grandes y sabrosos. Los mosquitos y otros tormentos no se atrevían a pasar la barrera de las antorchas embebidas en aceite repelente, cada tanto le daba un sorbo a mi pepsi helada. Como un susurro llegaba hasta mí el griterío de los niños que jugaban en el otro extremo de la propiedad, tal vez en casa de Tuky. Claudia y Diana se encargarían de mantenerlos a raya, dejándome a solas con mi amigo,
La noche avanzó de prisa, algunas estrellas titilaban por los huecos del “paltero” a lo lejos se distinguía las luces de la casa, el resto estaba en penumbra. Bien, ahora si tenía todo el tiempo del mundo para pensar en el problema que aquejaba a Tuky.
Empecé repasando la parte de historia que conocía.
Serían las dos de la tarde de ese sábado fatídico, Claudia, los chicos y yo terminábamos de almorzar en el patio de comidas de un shopping de la zona, conecté el celular que había apagado dos horas antes, había tres mensajes urgentes y al mismo tiempo empezó a sonar la alarma, estuve tentado a revolear el pequeño artefacto, la modorra que sentía luego de la opípara comida, regada de aceptable vinillo, solo me permitía pensar en una buena y extensa siesta.
-Hola.
-Arnold, por dios, donde estás, se cayó el avión donde viajaba Tuky.-Me dijo de sopetón.-Hola, ¿me escuchás? Había quedado mudo por dos o tres segundos.
-¿Diana? Repetime por favor lo que dijiste.-Le dije tratando de ganar tiempo y entender la noticia que me golpeó como la coz de un pura sangre.
No quiero abundar en detalles de esta penosa charla, mi prima estaba destrozada, y nosotros también.

domingo, diciembre 12, 2004

(12) Para una mejor comprensión

Nota del cronista
Para una mejor comprensión de los artículos es conveninte leerlos en el orden en que fueron publicados, los números entre paréntesis son un indicativo de ello.
En el costado derecho del blog donde dice(Previous Posts) figuran los artículos, si falta alguno como en el caso actual, el número uno (1), lo encotrará más abajo, en (archives) pulsando el mes correspondiente, en este caso (Noviembre).
Gracias por su atención.

(11) Su otro yo

Cuarta parte

Los ojos verdes de Ernesto Bebilacua se sacudieron espasmódicamente, una especie de tic le hizo parpadear y guiñar un ojo intermitentemente. Paró de hablar, y empezó a torcer el cuello como tratando de encontrarme, yo, que estaba justo frente a él, le dije:
-Tranquilo Tuky, estoy aquí, si querés la seguimos mañana.- Mientras hablaba deslicé mi mano derecha para apagar el grabador que había depositado sobre la mesita de las bebidas. No se como hizo para ver el movimiento de mi mano, cuando me di cuenta, deslizó la suya sobre la mía sujetándola fuertemente, ya no bizqueaba.
No la apagues, estoy bien, quiero terminar esto lo antes posible, me lo quiero sacar de encima de una vez por todas, quiero que sepas todo lo que pasó a medida que surjan mis recuerdos, que por momentos son caóticos, confusos, pero no menos reales. A propósito, creo que omití algo de lo que pasó en el baño del aeropuerto, no se si tiene importancia en la historia, pero a mi en su momento me puso la piel de gallina.
-Ernesto había vuelto a la normalidad, hablaba pausadamente y sin signos de esa mirada que te miraba pero que no te veía. Ya me había soltado la mano, le dio un sorbo a la pepsi, y siguió desgranando su historia.
Tuky rebobinó la cinta de su memoria y volvió a empezar su historia desde que entró al baño, allí habían quedado algunos huecos en su anterior pasada. Puntos ciegos que paulatinamente se aclaraban, trepaban y cobraban vida en su mente.
El baño estaba vacío, solo para él, caminó hasta el último urinario, el que tenía por frontera la pared del fondo. Estaba tan atormentado por los pensamientos de desastres aéreos que se le colaron en su humanidad durante esa interminable hora de espera que le costaba encontrar y bajar la cremallera del pantalón, su mano torpe hurgó en el interior de la abertura sin encontrar el objeto de su búsqueda, carajo; bueno, allí estaba. Tuky no tenía tiempo de sentirse un tonto, el miedo era un caballero que no lo dejaba pensar ni actuar con normalidad. No podía orinar, no salía ni una gota, el sudor invadía su rostro tenso.
-Vamos, salí.-El flaco revoleaba la cosa sin éxito. Fue cuando sintió el chucho de frío, una especie de calambre que le recorrió el cuerpo de arriba abajo, como una descarga eléctrica, pero más suave, tal vez placentera, como si uno se estuviera desintegrando, molécula por molécula. Cuando vio la sombra que parecía desprenderse de él, se estaba meando los pantalones, el chorro incontenible bañaba parte de los azulejos y de refilón sus ropas, mientras intentaba encauzar el destino de su orín, alcanzó a ver con el rabillo de los ojos un hombre con un cierto aspecto que le resultaba familiar en el extremo opuesto de los mingitorios. Luchó unos segundos más con su torpeza, y cuando normalizó la tarea giró la cabeza para observar al desconocido-conocido, ya no estaba.
-Era yo, Arnold.-Me dijo con su viejo apelativo para mi nombre.-Te aseguro que era yo, no lo pude observar con detenimiento por ese puto meo que me estaba empapando. Cada día que pasa estoy más convencido que ese tipo que orinaba en el otro extremo del baño del aeropuerto era yo.
La señorita volvió a la carga, ya no había excusas, era la cuarta vez que me invitaba a retirarme, esta vez no vino sola, la acompañaban dos enfermeros de esos que eligen para las películas de terror. Me fui, no sin antes decirle a Tuky:
-Mañana a las tres, flaco, ¿te parece bien?
-Si, a las tres.
-Gracias señorita, disculpe la molestia.
-Elhorarioestalaseis.

viernes, diciembre 10, 2004

(10) El relato de Tuky

Tercera parte


Tanto Tuky como yo devorábamos cuanto libro de ciencia ficción caían en nuestras manos en los no muy lejanos días de la escuela secundaria, generalmente, durante la quietud de la siesta, y bajo el gigante árbol de aguacate que desparramaba su sombra en los fondos del terreno, o cuando las inclemencias del tiempo no lo permitían, en el altillo de las cosas inservibles y supuesto taller de herramientas que nunca se usaban, allí nos dábamos el atracón de platillos voladores, marcianos, máquinas del tiempo, y duraznos, mandarinas, ciruelas, (según la estación) que íbamos arrancando de los árboles que nos quedaban de paso, y depositando en una caja de zapatos camino a nuestros escondites.
Tuky y yo conocíamos la teoría de los Universos paralelos, digo teoría porque me da la impresión que no es una idea muy descabellada de la ciencia ficción, es más, hay mucha gente que cree en ella, y no me refiero solamente a personas sin conocimientos científicos. Recuerdo que el flaco y yo nos enfrascábamos en terribles discusiones respecto a la existencia o no de estos mundos que cohabitan el mismo espacio. Finalmente, a los pocos meses, quedamos de acuerdo en que sí existían.
El conocimiento de esta teoría nos llegó por medio de un librito que encontramos mezclado entre otros tantos sobre el escritorio del padre de Tuky. “Universo de locos” rezaba el título de esta obra que en su momento nos pareció mágica, y que en cierta medida nos ayudó a mirar con espíritu abierto los misterios de la naturaleza.
El tiempo pasó, el ímpetu de la juventud quedó en el tintero, pero no lo esencial de cada uno. Tuky se recibió de ingeniero, promedio casi diez, yo me zambullí en las aguas del periodismo, la cosa no me resultaba fácil, pero me las rebuscaba, Tuky entró en una multinacional, seguimos siendo vecinos, la abertura en la ligustrina que separa nuestras propiedades da a nuestro entorno ese aire familiar que afianza nuestra amistad, permitiendo que los chicos de él y los míos correteen sin límites por ambas orillas.
Tuky empezó a desgranar su historia ante el grabador que le puse delante.
Era un sábado del mes de noviembre, Diana conducía la rural hacia el aeropuerto de Ezeiza, Tuky de saco y corbata viajaba de pasajero a su lado, atrás, Juanita vestida de cenicienta, y Leo, parloteaban sin cesar. Estaba nervioso, no le gustaba para nada viajar en avión, Diana con su calma chicha trataba de tranquilizarlo. La empresa lo enviaba por tres días a Ushuaia, no había forma de safar.
Ya en el aeropuerto se desayuna que tiene dos horas de demora que podía ser más. Media hora después Diana y los chicos partían rumbo a la ceremonia de fin de curso de Juanita, donde esta hacía de protagonista en la obra teatral del grado.
El pobre Tuky quedó solo y alterado, abrió un paquete de pastillas de menta mientras caminaba como un poseso de un extremo a otro de la terminal, masticando furiosamente pastillas tras pastillas. A la hora, se sentó a tomar un café, luego al baño, fue allí donde se sintió algo mal, un chucho de frío, nauseas, algo de mareo y pérdida de la noción del tiempo.
- Soy un cagón- Pensó, y atribuyó su estado al miedo a volar.
Se lavó la cara y se acicaló lo mejor que pudo, tras cartón salió y se dirigió a la oficina de la empresa aérea, sabía que faltaba como mínimo una hora para partir, pero con preguntar no perdía nada, y de paso acortaba los tiempos, según su lógica del miedo.
-El vuelo salio hace dos horas señor, fue la lacónica respuesta del indiferente empleado. El pobre Tuky insistió, y el hombre también, hasta que se dio cuenta que por los alrededores no había un solo pasajero, y que la oficina de la aerolínea estaba vacía, salvo esta persona que parecía ser un changarín. Cuando Tuky miró su reloj y vio la hora, primero lo sacudió, luego se acerco a un puesto de revistas, y cuando pudo constatar que en todos los demás relojes marcaban las doce y cinco minutos, mientras en el suyo seguía en las nueve y cinco, cayó en la cuenta que se le había parado el reloj. La pucha, había perdido el vuelo, y muy probablemente se había dormido como un borracho en algún lugar de la terminal aérea.

jueves, diciembre 09, 2004

(9) Ernesto Bebilaqua

Segunda parte


Ernesto Bebilacua vivía en una casona incrustada en medio de un enorme terreno atiborrado de árboles frutales. Ernesto, Diana, y sus dos pequeños diablillos disfrutaban de aquel paraíso ubicado a setenta kilómetros de la capital.
Tuky, como le decíamos su amigos, era flaco, alto, y bueno. Pecoso, de pelo color paja y de la misma contextura de esta, imposible de peinar. Cuando se calzaba las gafas para leer, su rostro adquiría el aspecto intelectual de esos personajes que hacían de intelectuales en las películas de Hollywwod.
Nos conocíamos de toda la vida, siempre vecinos, y amigos a muerte, primaria y secundaria juntos, en el mismo banco, en las mismas fiestas, y a veces hasta con los mismos amores. No recuerdo haber tenido una pelea importante con el, discusiones sí, muchas y continuas, éramos de confrontar cada una de nuestras ideas, de profundizarlas y desmenuzarlas, a veces nuestras charlas terminaban cuando salían los primeros rayos del sol, sentados en las mecedoras del porche de casa, o en la suya, durante el verano, en invierno, la cocina, o el dormitorio, mate cocido para el, té para mí.
Los años de la facultad alteraron nuestra rutina, pero no lo esencial de nuestra amistad. Yo fui a parar a la casa de tío Chochí, hermano de mamá, Tuky, se instaló con la abuela y abuelo maternos.
En los primeros tiempos de nuestra estadía en Buenos Aires, nos encontrábamos en el café de Rojas y Rivadavia, que ya no existe. Como al año, me di cuenta que nuestras charlas en el café cada vez se hacían más espaciadas, no es que nos viéramos menos, con una excusa u otra Tuky se las ingeniaba para venir a lo del tío Chochí, quedarse a cenar y luego seguir la tertulia en mi dormitorio o en la cocina, como siempre hasta el alba, claro que para mí no era lo mismo, y supongo que para el tampoco.
Si bien mis tíos eran macanudos, teníamos que cuidarnos de no excedernos en el volumen de nuestras apasionadas charalas. Al comienzo de esa etapa pensé que, por algún motivo que ignoraba prefería cenar en casa y no en lo sus abuelos, también pensé que el problema podía ser económico, me ofrecí a pagar el módico café, pero no, no dio resultado, hasta que una noche caí en la cuenta del por qué de tal empecinamiento. Pero que boludo fui, digo, soy, Acaso era necesario ser un genio para ver las torpes maniobras de acercamiento del Tuky? Si hasta el propio tío Chochí se había dado cuenta.
Mirándola bien, la prima Diana había crecido un montón. Ya nada quedaba de la flaca desgarbada que correteaba con sus canillas esqueléticas, y sus dientes de frenillos prominentes por los pastizales de la quinta del abuelo durante las compartidas vacaciones de verano. La chiquilla había crecido, ¿Qué tendría ahora, quince, dieciséis? No se, para mi seguía siendo una nena. Claro que si la mirabas con atención la nena tenía lo suyo, por delante y por atrás, además de esa carita de ángel que… bueno después de todo creo que terminé comprendiendo al maldito bribón. Como ya se imaginarán, la cosa terminó bien, el roba cunas tuvo que esperar unos años, cuando Diana cumplió los veinte se casaron.


martes, diciembre 07, 2004

(8) Dentro de los universos pulsantes, "Un caso extraordinario"

Crónica de un viajero del espaciotiempo pulsante

Primera parte

Ernesto Bebilaqua Tenía los ojos verdes y la mirada triste.
Sentado en la mecedora de mimbre del hospital neurosiquiátrico de Buenos Aires, tomaba a sorbos la Pepsi que le había llevado. Estábamos bajo un frondoso árbol de no se que especie, que sí sé, nos daba sombra y protegía de los inclementes rayos solares de diciembre.
No había estado muy comunicativo conmigo la primer hora de la visita, ahora, la gaseosa parecía ser el combustible que necesitaba para desactivar su desinterés por el tema que me había impulsado a entrevistarme con el, y a poner en marcha lentamente lo que fuera en otros tiempos su poderoso cerebro. Por un momento me dio la impresión que escapaba de la modorra de de los últimos meses e intentaba regresar al mundo de los que pensamos ser cuerdos.
Sus ojos adquirieron el brillo característico de las personas vivas, por fin me miró, y dijo:
-Arnaldo, se que sos parecido al Arnaldo que yo conozco, que son casi iguales, por no decir igualitos, pero no sos el mismo. Pará, no me digas nada, te escuché hablar durante casi tres meses, te escuchaba y no podía contestarte, mi cerebro estaba embotado, embarullado, arrugado, sin fuerzas. Tenía miedo, me daban ataques de terror y seguramente me comportaba como un loco. Arnaldo, no hay nada más horrible que lo desconocido, que ironía, te estoy hablando como si fueras mi Arnaldo, mi amigo de toda la vida, pero se que no lo sos, y también se que vos ignorás que somos de mundos diferentes, por otra parte se que esto no es una trampa para tenerme encerrado en este hospital, como sería lógico que pensara, como te decía, en estos momentos vos sos la persona a la cual intento aferrarme para no cometer alguna locura, en apariencia tenés todos los atributos de mi amigo, espero no equivocarme en mis apreciaciones, pues si así lo hiciera, seguramente esto que me está sucediendo no sería otra cosa que un sueño macabro, algo ideado por una mente maquiavélica para someterme a su voluntad.
Me parece que estoy muy melodramático, ¿no? , ya casi hablo como uno esos chiflados de folletines de cuarta, de los cuales nos reíamos en las buenas épocas de nuestras interminables noches de café, que digo, no quiero ser redundante, pero...
La oportuna llegada de una enfermera hizo que mi amigo parara su desahogo, y luego de recordarme que en quince minutos debía retirarme, apenas se fue, pude meter un bocadillo.
-Ernesto, supongamos que es cierto lo que me dicís, después de todo no tengo por que no creer lo que me estás tratando de contar, ¿acaso no hemos hablado y discutido infinidad de veces de temas filosóficos, científicos, de casos paranormales, y hasta de fantaciencia?, o por lo menos creo que lo habrás hecho con el que decís soy el sosías, el doble, el clon, o como lo queramos llamar, te propongo que empecemos por el principio, si te parece, contame todo lo que te ocurrió, desde el primer momento hasta que, bueno hasta...
-Hasta que me encontraron gritando como un loco en plena calle corrientes un sábado a las nueve de la noche. Si, empecemos por el principio. Poné el grabador.

jueves, diciembre 02, 2004

(7) Los mundos gemelos

Entre los miles de mundos coexistes de los Universos pulsantes hay algunos que son gemelos entre sí.
Sabemos que la Tierra, por ejemplo, tiene su clon, por así decirlo, y es en todo casi igual a esta, salvo pequeños detalles de la historia de la civilización. Aparentemente, y teniendo en cuenta los testimonios de algunos viajeros de los universos pulsantes, en esta "Tierra" que ellos visitaron, la historia cambia ligeramente su rumbo a partir de la década del cuarenta, aunque los dichos de los testigos no tienen gran precisión respecto al periódo del cambio. pero sí son rotundos en afirmar que observaron algunas diferencias entre la Tierra de ellos, y la otra, llamémosla, "Tierra Alfa" para identificarla de esta que habitamos y conocemos.

miércoles, diciembre 01, 2004

(6) Se hace la luz

Años después otros investigadores estudiaron los extraños fenómenos atmosféricos y terrestres ocurridos en distintas etapas de la historia de la humanidad,y que nuca se pudieron explicar científicamente.
Los hermanos Pilkerson, de la universidad de Florida, estudiando estos raros acontecimientos, descubrieron y probaron, aplicando la teoría del Dr. López, la aparición de dos fallas o grietas en el espacio tiempo compartido, o mejor dicho, una diferencia de fase en un punto del universo pulsante previsto en la teoría del Dr. López. “El espacio tiempo Einstenniano se convertía así, en el espacio tiempo compartido, según los hermanos Pilkerson”.