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sábado, diciembre 18, 2004

(15) El reencuentro

Séptima parte

A los dos o tres días de su vuelta al mundo de los vivos, Ernesto Bebilacua desapareció del mapa. Se hizo humo. Sentado en la perezosa, remera verde, bermudas al tono, hojotas, entre el laberinto de árboles, de mañana tempranito, con el diario en las manos, después del desayuno, fue la última imagen que dejó a los ojos de Diana.
Policía, morgue, amigos, todos los recursos que empleamos fueron insuficientes para su localización. Casi dos semanas después nos avisaron que alguien de su sus características estaba internado en el hospital neurosiquiátrico.
Lo habían encontrado loco de atar, gritando incoherencias por la calle corrientes, un sábado por la noche. Cuando fuimos a verlo estaba sedado y con la mirada perdida en el horizonte. Casi no hablaba, solo monosílabos, lo quisimos llevar a casa y se negó rotundamente, el doctor Báez dijo que era lo mejor para él. Diana quiso montar guardia en el hospital, pero no se lo permitieron, nos quedó el consuelo de las visitas diarias. Por esos días las chicas y yo nos quedábamos en casa de Diana hasta bien tarde analizando los últimos pasos de mi amigo, tratando de descifrar el por qué de su imprevista paranoia.
La conclusión a la que habíamos arribado en un principio fue la más sensata, la que refrendaban los médicos, la que caía de maduro. Se había salvado de milagro del accidente que sufriera el avión en el que debía viajar. El destino, azar, o como se quiera clasificar el caso, hizo que perdiera el vuelo que lo llevaría a la muerte. Kuky no había resistido anímicamente, las consecuencias estaban a la vista, caso cerrado.
Para mí el asunto no resultaba ser tan simple, yo conocía bien a Ernesto, no digo que Diana lo conociera menos, aunque creo sinceramente que una persona no tiene el mismo significado para diferentes observadores, y el punto de vista femenino no es igual al masculino, no creo sea pertinente entrar en detalles, solo agrego que, los infinitos momentos de charlas, silencios, y boludeos que compartimos Diana y yo con Kuky, cada uno por su lado, y en su momento, seguramente no fueron, ni serán semejantes. Como decía, había algo más profundo de lo que dejaba ver el comportamiento de Kuky, cada segundo que pasaba analizando el problema, me inducía a pensar que el tema del avión accidentado no era la única causa de la locura temporal de mi amigo. Lo que pude recopilar de la historia me indicaba que aguzara la vista, el oído, y el entendimiento, que no me tapara la maleza, que prestara atención a los detalles ocultos en ella.
¿Por qué Ernesto me preguntó por el duraznero que cortamos el invierno anterior?
Pasado el primer susto de verlo vivito y coleando, le dije algunas incoherencias que no recuerdo con precisión, él tal vez no lo notó.
-Tuky, ¿sos vos, que hacés acá?
-Perdí el avión.
Eso lo explicaba todo, los detalles los fue desgranando mientras caminábamos hacia la casa, fue cuando me dijo lo del duraznero, con la emoción de saberlo vivo no le di importancia al comentario. Le dije:
-Esperame acá, vamos a darles una sorpresa a las chicas. Asintió, yo corrí desesperado a preparar el ambiente, hablé con torpeza, y al mismo tiempo traté de calmar la ansiedad de las mujeres. Debíamos ser cuidadosos respecto del accidente, habría que buscar la manera correcta de decírselo, ¿había alguna? Me temo que no.

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