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jueves, diciembre 16, 2004

(14) Resurrección

Sexta parte

Fuimos a buscarla a casa de tío Chochí, donde había ido con Tony y Tamy a pasar unos días aprovechando la ausencia de Tuky. La idea era que los niños tomaran contacto con la ciudad, saliendo un poco de ese ambiente pueblerino donde transcurrían plácidamente sus vidas, de paso Diana husmearía en las librerías de santa fe buscando alguna buena novela de oferta, y se pondría al día mirando vidrieras,
Por el camino me fui enterando de los por menores del accidente, la radio decía que no había sobrevivientes, -Parece que se estrelló contra un pequeño cerro-, fue lo último que escuché. La vuelta se hizo interminable, Diana lloraba a moco tendido, Claudia la consolaba como podía, con lágrimas en los ojos, yo intentaba conducir con serenidad, los niños eran aún muy pequeños para darse cuenta del drama que se vivía dentro del vehículo. Mucho tiempo después entrábamos a la casa vacía, nadie nos esperaba. El reloj de la cocina marcaba las cinco de la tarde. Claudia preparó café, Diana trajinaba de la cocina al living, y viceversa, intentando acomodar mecánicamente cuanto objeto se le pusiera por delante. Le alcancé un jarro lleno de café cuando levantaba unas ropas del sofá, tomó un sorbo y me devolvió la taza, abrazó el saco beige de verano que tenía en las manos, las piernas del pantalón asomaban por debajo de sus brazos, las lágrimas rodaban silenciosas, me alejé con discreción, miré de soslayo antes de abrir la puerta que me llevaría al jardín, los estados de ánimo deben ser potentes motores de lo que uno cree ver, el otrora luminoso, acogedor living de la casa de mi amigo, no era más que una ominosa estancia de luces espectrales rodeando a la frágil y desamparada silueta de mi prima.
Caminé sin rumbo, crucé el pasadizo de ligustrina, los dos gigantes estaban allí, donde están ahora, con su hamaca colgando de sus fuertes brazos, como ahora, se mecía sin prisa, uno de los de ellos, o los míos estarían cobijados en sus entrañas.
Estaba cansado y triste, no soportaba el peso de los acontecimientos. La luz amortiguada por la maraña de hojas no dejaba ver con precisión al bulto que disfrutaba del vaivén.
Me acerqué.
-Hola Arnold, parece que me quedé dormido.
El corazón se me paralizó. No estoy seguro si intenté hablar o no.
-¿Que te pasa Arnold? Soy yo, no te asustes- Tuky se incorporó tratando de bajar de la hamaca. Como decía, la luz no era buena, pero había suficiente como para reconocer a mi amigo. Escuché una vocecilla garabateada con miedo que decía:
-Tuky…-Seguí escuchando el eco de mi voz que martillaba mi cabeza.-Tuky…Tuky…Tuky.

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