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viernes, diciembre 10, 2004

(10) El relato de Tuky

Tercera parte


Tanto Tuky como yo devorábamos cuanto libro de ciencia ficción caían en nuestras manos en los no muy lejanos días de la escuela secundaria, generalmente, durante la quietud de la siesta, y bajo el gigante árbol de aguacate que desparramaba su sombra en los fondos del terreno, o cuando las inclemencias del tiempo no lo permitían, en el altillo de las cosas inservibles y supuesto taller de herramientas que nunca se usaban, allí nos dábamos el atracón de platillos voladores, marcianos, máquinas del tiempo, y duraznos, mandarinas, ciruelas, (según la estación) que íbamos arrancando de los árboles que nos quedaban de paso, y depositando en una caja de zapatos camino a nuestros escondites.
Tuky y yo conocíamos la teoría de los Universos paralelos, digo teoría porque me da la impresión que no es una idea muy descabellada de la ciencia ficción, es más, hay mucha gente que cree en ella, y no me refiero solamente a personas sin conocimientos científicos. Recuerdo que el flaco y yo nos enfrascábamos en terribles discusiones respecto a la existencia o no de estos mundos que cohabitan el mismo espacio. Finalmente, a los pocos meses, quedamos de acuerdo en que sí existían.
El conocimiento de esta teoría nos llegó por medio de un librito que encontramos mezclado entre otros tantos sobre el escritorio del padre de Tuky. “Universo de locos” rezaba el título de esta obra que en su momento nos pareció mágica, y que en cierta medida nos ayudó a mirar con espíritu abierto los misterios de la naturaleza.
El tiempo pasó, el ímpetu de la juventud quedó en el tintero, pero no lo esencial de cada uno. Tuky se recibió de ingeniero, promedio casi diez, yo me zambullí en las aguas del periodismo, la cosa no me resultaba fácil, pero me las rebuscaba, Tuky entró en una multinacional, seguimos siendo vecinos, la abertura en la ligustrina que separa nuestras propiedades da a nuestro entorno ese aire familiar que afianza nuestra amistad, permitiendo que los chicos de él y los míos correteen sin límites por ambas orillas.
Tuky empezó a desgranar su historia ante el grabador que le puse delante.
Era un sábado del mes de noviembre, Diana conducía la rural hacia el aeropuerto de Ezeiza, Tuky de saco y corbata viajaba de pasajero a su lado, atrás, Juanita vestida de cenicienta, y Leo, parloteaban sin cesar. Estaba nervioso, no le gustaba para nada viajar en avión, Diana con su calma chicha trataba de tranquilizarlo. La empresa lo enviaba por tres días a Ushuaia, no había forma de safar.
Ya en el aeropuerto se desayuna que tiene dos horas de demora que podía ser más. Media hora después Diana y los chicos partían rumbo a la ceremonia de fin de curso de Juanita, donde esta hacía de protagonista en la obra teatral del grado.
El pobre Tuky quedó solo y alterado, abrió un paquete de pastillas de menta mientras caminaba como un poseso de un extremo a otro de la terminal, masticando furiosamente pastillas tras pastillas. A la hora, se sentó a tomar un café, luego al baño, fue allí donde se sintió algo mal, un chucho de frío, nauseas, algo de mareo y pérdida de la noción del tiempo.
- Soy un cagón- Pensó, y atribuyó su estado al miedo a volar.
Se lavó la cara y se acicaló lo mejor que pudo, tras cartón salió y se dirigió a la oficina de la empresa aérea, sabía que faltaba como mínimo una hora para partir, pero con preguntar no perdía nada, y de paso acortaba los tiempos, según su lógica del miedo.
-El vuelo salio hace dos horas señor, fue la lacónica respuesta del indiferente empleado. El pobre Tuky insistió, y el hombre también, hasta que se dio cuenta que por los alrededores no había un solo pasajero, y que la oficina de la aerolínea estaba vacía, salvo esta persona que parecía ser un changarín. Cuando Tuky miró su reloj y vio la hora, primero lo sacudió, luego se acerco a un puesto de revistas, y cuando pudo constatar que en todos los demás relojes marcaban las doce y cinco minutos, mientras en el suyo seguía en las nueve y cinco, cayó en la cuenta que se le había parado el reloj. La pucha, había perdido el vuelo, y muy probablemente se había dormido como un borracho en algún lugar de la terminal aérea.

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