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miércoles, diciembre 22, 2004

(16) La desaparición

Octava parte

A las tres en punto del día siguiente esperaba ansioso a Tuky bajo el árbol de la cita anterior. La mecedora no estaba. Llegó diez minutos después, cuando los peores presentimientos se apoderaban de mí. Se lo veía saludable, bien rasurado, ropa sport prolijamente planchada, hasta parecía esbozar una sonrisa.
-Hola Arnold, ¿todo bien?-Me dio un beso.
-Se te ve estupendo, Ernesto…
-Hace tiempo que no me decías Ernesto.
-Quería ver si estabas atento.-Le dije sonriendo.
-Caminemos un poco.-Sin esperar respuesta inició la marcha. Me apresuré a seguir sus zancos largos, me puse a su altura. Me miró de soslayo.
-Creo que empiezo a aceptar la situación. No me queda más remedio.
-¿Te parece que paremos para prender el grabador?
-Hoy no, tratá de acordarte lo esencial, de paso pongo un poco de orden en mi memoria, en otra ocasión te lo repito para que grabes.
El sendero nos alejaba de los edificios principales, una pronunciada cuesta nos situó en la cima de una loma que dejaba ver el panorama de la institución. Nos detuvimos allí. Estábamos solos. Allá abajo, internos y enfermeros dibujaban intermitentes sus figuras multicolores, salpicando de vida los caminitos, bancos, y arboledas de las dos o tres hectáreas del hospital. Desde allí solo veía gente, sin distinguir su condición mental, gente como la que se ve en cualquier lugar, solo almas que deambulaban por el espiral de sus destinos. La imagen bucólica que se armó en mi interior, por un momento distrajo mi atención.
-Creo que me salvé de milagro, el otro, el otro se mató en el accidente.
-A ver, no te entiendo bien, ¿Quién es el otro?
-Como te decía, cuando sentí el escalofrío en el baño de Ezeiza, mientras orinaba, me pareció verme a mi mismo haciendo pis en el otro extremo de los urinarios. En un principio me shockeó un poco, pero al rato ya no le daba importancia al asunto, sería alguien muy parecido a mí, a esa distancia, sin una excelente iluminación, y con el terror que sentía por mi inminente vuelo, pensé que no era raro imaginar algo truculento de una figura que apenas vi.
Yo sabía que Diana y los chicos no estaban en casa, desde el taxi estuve tentado de llamarla al celular, no tenía sentido, estarían en el último tramo de la función donde Juanita hacía de cenicienta. Dormiría un poco para terminar de relajarme, más tarde la llamaría a la casa de sus padres. Ya cuando llegábamos a la quinta sentí que algo no andaba bien, no sabía que era, pero lo percibía, una sensación extraña se apoderó de mi, mi mente se puso en estado de alerta, -Calma Tuky, -me dije- todavía te dura el julepe.-algo no encajaba en lo que veía y sentía. Para colmo no podía abrir el portón de acceso a la propiedad. La llave había girado con facilidad, empujé la pesada hoja y no se movió un ápice, maldiciendo y sudoroso, dejé de hacer fuerza, giré buscando con la mirada algún vecino que me socorriera, la calle de cuadras interminables estaba desierta, no era para menos, hacía un calor infernal. Algo me tocó la espalda, el portón me empujaba suavemente hacia fuera, me rasqué la cabeza, no iba a discutir con un pedazo de madera, la puerta debía abrir para adentro, como siempre. Aunque cuando lo instalamos casi gana la teoría de Diana que debía abrir para afuera por no se que asunto de espacio interior.
Puse mi mente en blanco y entré sin prestar mayor atención a lo que me rodeaba, en la cocina me serví una gaseosa, en el living tiré mis ropas y fui derecho a la hamaca. Por fin en mi casita, que siesta me esperaba.
Seguidamente Tuky mencionó un sin fin de detalles que no vale la pena contar al pie de la letra, todos referentes objetos o situaciones que no encajaban en su supuesta vida anterior.
Cuando entré al living de su casa, acompañando a mi amigo, fue tal la algarabía de Diana, Claudia y los chicos, que seguramente hizo olvidar a Tuky su extraño presentimiento. Más tarde, después de la cena, mientras los chicos miraban televisión, le contamos lo del accidente, intentamos mostrarle los hechos desde un punto de vista positivo, que había salvado milagrosamente su vida. No fuimos eficaces en la tarea, Tuky, sentado muy tieso en el sofá, se quedó mudo y con la vista extraviada, Diana lloraba de alegría acurrucada entre sus brazos.
Al día siguiente lo vi bastante repuesto, parecía que el tiempo se encargaría de borrar el mal momento, por la tarde me ausenté de casa por tareas inherentes a mi profesión. A los pocos días, cuando regresé, Tuky había desaparecido de su casa.
-Creo que tiene amnesia parcial.-Me dijo Diana.-Le quise llevar a un médico, pero no quiso. Estaba raro, me miraba como si nunca me hubiera visto, el accidente le dejó mal trecho, pobre, ¿Dónde se habrá metido?
Tuky empezó a sospechar seriamente que no se encontraba en su mundo original cuando Diana quiso festejar el reencuentro, los niños dormían, y Tuky parecía más tranquilo. El short, la remera, el corpiño, y la bombacha desaparecieron de su cuerpo en un santiamén, mi amigo reaccionó bien, le pareció que volvía a la normalidad, sentía que la amaba, seguramente el pequeño trauma que padecía sería pasajero. Sus besos y caricias lo transportaban a un mundo mejor, extirpando de sí el estado de vigilia que lo tenía a mal traer. Acarició con dulzura cada centímetro de su piel, su mano bajaba por la pendiente de sus pechos, para trepar la loma de la tersa panza que la llevaría al valle de sus sueños.
-La cicatriz, ¿Dónde está la cicatriz de la cesárea?-Dijo sin poder contenerse, destruyendo involuntariamente la magia de la noche.
Como decía, Tuky empezó a sospechar seriamente que no se encontraba en su mundo original cuando Diana quiso festejar el reencuentro, y se convenció de ello cuando por la mañana, bien temprano, recibió el diario de manos de don Venancio, el viejo tenía el brazo derecho enyesado.
-Que hacés nene.-Le dijo sonriendo.-La saqué barata.-Continuó señalando el yeso.
A Tuky se le dibujó una mueca en la boca, que tal vez quiso representar una sonrisa, tomó el diario y se metió para adentro.
Don Venancio había fallecido una semana atrás, en un accidente.

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