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sábado, diciembre 03, 2005

Detenido en el tiempo - Un año después (18)


El tiempo se dilata o estrecha sin una cauza aparente


Lo de Tuky estaba prácticamente resuelto, no podía hacer más por él. Si bien estaba convencido de lo que me había contado mi amigo, aún quedaban en mí pedacitos de dudas que pinchaban mi cerebro a cada momento. Era inevitable, no podía acostumbrarme con facilidad a la idea de que tuky estuviera muerto, y todo lo que significaba para mí su desaparición. Me costaba enormemente admitir que la persona con quién trabajé por varios meses ayudando a su recuperación no fuese quién yo pensaba que era. El flaco estaba igual, solo un poco piantado por por los hechos que todos conocemos, ¿que de raro había en eso? ¿Entonces, por qué creer su truculenta historia? Simplemente porque los datos que me daba coincidían milimétricamente con los hechos. No podía despreciar la realidad como si fuera uno de esos sabios del pasado que demostraron la imposibilidad matemática de que un cuerpo más pesado que el aire no podía volar. Claro, los eruditos de entonces ignoraban que se inventaría el motor a explosión.
Aúnque por un momento estuve tentado a aceptar lo más facil, que mi amigo se había pirado debido a la tragedia que pasó durante el accidente, y su milagrosa salvación. Era una estrategia poco decorosa para eludir responsabilidades que por suerte la deseché al poco tiempo.
¿Acaso hubiese podido vivir tranquilo con mi conciencia acusadora de que ni siquiera con el pensamiento había sido capaz de enterrar a mi querido Tuky?
Como en las novelas de terror, al escribir-Mi querido Tuky- Un rayo de luz se filtró por la ventana que da al parque de mi casa, la luz, blanca, espectral, fue tan intensa que hizo desaparecer todos los objetos claros o grises de la habitación, las paredes y el techo quedaron unificadas en un blanco lechoso que parecía desprender grandes globos de moco fosforecente dispuestos a engullirme. Las imágenes que que se formaban en mi retina se emparentaban con las fotos quemadas que en alguna ocasión saqué con cámaras sin fotómetro.
Las espadas de Samurai que trajera damían del Japón, con sus estuches otrora negros, ahora brillaban con un dorado intenso, cual oro fundido en crisol invisible. Una de las espadas, sin la vaina, colgada de una tansa atada a la viga de madera del techo de tejas del escritorio donde mis hijos y yo hicimos nuestro refugio de hocio y estudio, acumulando tres o cuatro computadoras- en dos mesas y por el suelo-, de las cuales dos se podían decir que funcionaban, las otras, despanzurradas, esperaban ser reparadas, o tal vez, donar algunos de sus órganos para cuando a una de sus hermanas les llegara la hora del trasplante, también teníamos una vieja biblioteca, herencia del abuelo Carlos, y, mi Underwwood, ya jubilada, pero aun activa, como muchos... y como decía, la katana oscilaba sin prisa, despidiendo de su hoja etérea un halo de radiante luz celeste que me obligaba a entrecerrar los ojos. El tiempo pareció detenerse, los cuerpos de las computadoras sin sus gabinetes eran como caras de de rostros desfigurados, la intensa luz que emanaba del metal de la parte inferior de una de ellas, donde infinidad de orificios de ventilación dispuestos en círculos concéntricos dibujaban una boca algo difusa y en estado gaseoso, pareció darle el don de la vida. La disquetera de 3 y 1/2 con su disquet a medio entrar no era otra cosa que la nariz olfateando a su presa, su único ojo, fijo en mí flotaba en la parte superior de su cabeza, sabía yo, que asido a la barra donde finaliza el gabinete, aunque en este instante no estaba tan seguro. Solo el resplandor frío de su córnea roja me daba la certeza que me observaba.
Por fin, y antes, muy poco antes de que entrara en pánico, el golpe de efecto que que no esperaba llegó. El ruido ensordecedor del trueno que corre resagado al rayo que lo forma. La habitación tembló, yo pegué un saltito involuntario, y cuando ya sentado en uno de los sofás de dos cuerpos que tenemos para ver televisión observé por por el hueco de la ventana la cortina de agua que bañaba el parque de casa, me di cuenta que por algún motivo que desconozco, el trueno me había sacado del trance que por una eternidad me había invadido.
Llovía torrencialmente y la tormenta eléctrica iba en aumento. Maldije mentalmente la situación, tendría que desconectar la compu, la última tormente se había llevado a dos de ellas, la de Dami, que trajo del Japón, y la pentium V, la más nuevita que teníamos, ahora nos arreglabamos con los muletos, como le decía yo, dos pentium I, una más lenta que la otra, no, no podía darme el lujo de otra catástrofe, no tenía más remedio que desenchufarla, que macana, con las cosas que aún tenía por escribir, me faltaba aun darle el toque final a lo que le había ocurrido a Tuky, debía comparar su experiencia con otras que había leído y que en su momento no me llamaron la atención. Que macana, volví a decir entre dientes mientras empezé a guardar mis archivos.
-Carajo, se cortó la luz, ¿será posible? huyyy... Espero que se haya guardado todo lo que tenía en el Word, puta, ¿se habra jodido la compu otra vez?
Fui a la cocina y encontré unas velas, después de mucho andar buscando entre el cementerio de los objetos en desuso pude dar con la lámpara a gas que en un tiempo usábamos para casos similares. Solo faltaba corroborar si tenía gas, si, prendió.
La luz amarilloverdosa de la lámpara a gas daba un aspecto un tanto lúgubre a la estancia,

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