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martes, diciembre 14, 2004

(13) El accidente

Quinta parte
Aquella tardecita, cuando volvía a casa, decidí escuchar música mientras viajaba.
Empecé a tararear junto con Franky,“Extraños en la noche”. La autopista estaba despejada, el aire acondicionado comenzaba a hacer efecto en mi cuerpo y ánimo.
En cuarenta minutos seguramente estaría besando a los chicos y a Claudia, luego, algo fresco, una ducha, algo fresco, la hamaca paraguaya tendida entre los dos eucaliptos, y a pensar.
-Strangers in the night, ta, ta, ta, Strangers in the night…todavía faltan cuarenta kilómetros, no pasa más el tiempo.-
No quería pensar en Tuky, no quería distraerme, trataba por todos los medios de poner mi mente en blanco mientras viajaba, ya tendría tiempo de pensar en lo dicho por mi amigo en la intimidad de mi hogar. Lo que tenía que analizar era muy complejo como para que lo hiciera viajando a ciento veinte kilómetros por hora. Puse a Lerner, tarareé un poco, Ray Charles, solo escuché. No me lo podía sacar de la cabeza, Tuky estaba allí, su rostro demacrado, sus ojos claros clavados en mí, como pidiendo ayuda. Si quería ayudarlo debía llegar sano a casa. Intenté de todo, por ejemplo, traté de fantasear la noche de placer que tendríamos con Claudia, pero no, el flaco seguía ahí, metido en mí, aferrado como una garrapata que no podía arrancar.
No alcanzaba a entender por que se le había metido en la cabeza que el no era el, ni yo, yo.
A mi juicio no estaba loco, sí, alterado. Los médicos del hospital pensaban que el shock fue consecuencia del accidente aéreo. En parte era comprensible, pero no creo que ese hecho, por más dramático que fuera haga pensar a una persona, que se encuentra en un mundo diferente al suyo. El caso de mi amigo no era tan simple como lo catalogaban los facultativos del hospital. Claro que el tratamiento no le vendría mal, después de la tremenda crisis sufrida.
Diana estaría ansiosa por tener noticias nuevas de su marido, a mi pedido se había quedado en su casa, acompañada de Claudia, los chicos y la tía Raquel, su mamá.
-Así es mejor- Le dije.-Quizá si estoy a solas con él pueda poner en limpio parte de esta historia, tal vez si encaro la visita como una entrevista periodística pueda sacarlo de su ostracismo.-Concluí sin convicción. Sin embargo, luego de la visita de esta tarde, tengo la impresión que dimos un paso importante en el esclarecimiento de los hechos, que creo, en un futuro influirá en su recuperación.
Desde el fondo de mi conciencia treparon los compases finales de “Historia sin final”
-Nada cambiará, vivimos una historia sin final, el mismo sentimiento, juntos para siempre, soñando un nuevo mundo, etc.
Cinco kilómetros para la bajada que me lleva a casa, un poco más y me paso. No hay caso, tendré que convivir con Tuky por algún tiempo, tal vez sea mejor así.
Puse a Elvis para recorrer los mil quinientos metros finales del arbolado camino vecinal que me depositaría en mi dulce hogar. “Perro feroz”, vamos Elvis todavía.
Empezaba a oscurecer, una suave fresca brisa bañaba mi piel desnuda, la hamaca se mecía sin prisa, el cielo azul se filtraba por la maraña de hojas de los gigantes de frutos grandes y sabrosos. Los mosquitos y otros tormentos no se atrevían a pasar la barrera de las antorchas embebidas en aceite repelente, cada tanto le daba un sorbo a mi pepsi helada. Como un susurro llegaba hasta mí el griterío de los niños que jugaban en el otro extremo de la propiedad, tal vez en casa de Tuky. Claudia y Diana se encargarían de mantenerlos a raya, dejándome a solas con mi amigo,
La noche avanzó de prisa, algunas estrellas titilaban por los huecos del “paltero” a lo lejos se distinguía las luces de la casa, el resto estaba en penumbra. Bien, ahora si tenía todo el tiempo del mundo para pensar en el problema que aquejaba a Tuky.
Empecé repasando la parte de historia que conocía.
Serían las dos de la tarde de ese sábado fatídico, Claudia, los chicos y yo terminábamos de almorzar en el patio de comidas de un shopping de la zona, conecté el celular que había apagado dos horas antes, había tres mensajes urgentes y al mismo tiempo empezó a sonar la alarma, estuve tentado a revolear el pequeño artefacto, la modorra que sentía luego de la opípara comida, regada de aceptable vinillo, solo me permitía pensar en una buena y extensa siesta.
-Hola.
-Arnold, por dios, donde estás, se cayó el avión donde viajaba Tuky.-Me dijo de sopetón.-Hola, ¿me escuchás? Había quedado mudo por dos o tres segundos.
-¿Diana? Repetime por favor lo que dijiste.-Le dije tratando de ganar tiempo y entender la noticia que me golpeó como la coz de un pura sangre.
No quiero abundar en detalles de esta penosa charla, mi prima estaba destrozada, y nosotros también.

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